Carta publicada en AlfayOmega
El pasado 16 de julio fui testigo emocionado de lo que voy a llamar batalla contra la muerte de un enfermo que tiene su cama junto a la mía. Las cinco enfermeras de la sala formaron una piña asistencial junto a la doctora responsable. Cada una atendía, silenciosa y atenta, a su cometido: quién la respiración, quién la tensión arterial, quién el electrocardiograma, quién la postura del enfermo…
Por un entresijo podía yo ver el torso desnudo del enfermo, y cómo el diafragma subía y bajaba penosamente recibiendo el oxígeno que le enviaba una máquina. Unas veces adquiría un color amarillento y otras rosado. La batalla duró una larga hora, hasta que un respiro de alivio indicó la victoria conseguida.
Una enfermera alzó su pulgar, a usanza romana, consiguiendo un suspiro de alivio general en la sala, que, silenciosa y suspendida, seguía la operación.
Yo también fui un testigo silencioso, pero participé emocionado en la lucha, envié mi efusiva felicitación al equipo médico. Rumiando mis sentimientos e impresiones sobre todo lo visto y oído, esperé pacientemente el levantamiento de las agujas, con lo que terminaba, por aquel día, mi sesión de diálisis…
Eusebio Vicente Jiménez
Novelda (Alicante)