Leo en la Vanguardia una entrevista en la que Gabriel Ginebra afirma que por querer hacer las cosas demasiado bien, acaban haciéndolas absolutamente mal.
Ratifica esta afirmación señalando tres ejemplos históricos.
«La mentalidad de ser sobradamente competentes es inseparable de los grandes accidentes. Ryujiro Takami, maquinista de la West Japan Railway Company, aceleró el tren para ganar 80 segundos y ahorrarse el rígido programa de reeducación para maquinistas impuntuales. El resultado fueron 100 muertos y 500 heridos. La empresa había reducido a 17 minutos un recorrido de 25, el margen de maniobra era mínimo.
El Titanic era tan perfecto y rápido que en el viaje inaugural forzaron las máquinas para llegar un día antes.
Chernobil, se debió al departamento de seguridad de la propia central: se propusieron una prueba de seguridad extrema totalmente innecesaria que no estaba en ningún protocolo»
¿Qué puedo añadir?
Que las metas que nos proponemos no siempre se deben de traducir en un “hasta donde puedo llegar”. Gabriel, hace referencia a la empresa, pero este problema puede existir en otros ámbitos de la vida.
Un ejemplo claro se produce en el deporte. Conozco, a varias personas ya entradas en años, que arriesgan su salud intentando hacer unas marcas que no corresponden a su edad.
Si nos conocemos y reconocemos nuestras limitaciones estos problemas vitales se reducen.
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